Autor: Luciano Velaochaga
El 23 de agosto de 1981, Perú enfrentaba a Uruguay por la fecha cuatro del Grupo 2 por las clasificatorias al Mundial de España 1982. El combinado nacional encabezado por figuras cómo Héctor Chumpitaz, César Cueto y Julio César Uribe, nombrado ese mismo año cómo mejor el tercer mejor jugador de América, llegaban a Montevideo con el deseo de ganar por primera vez en la historia en tierras charrúas. El rival no era nada fácil, esa misma selección uruguaya había ganado hace menos de un año la Copa de Oro, campeonato que reunía a todos los campeones del mundo hasta la fecha.
Ese domingo 67 938 espectadores abarrotaron las tribunas del Centenario. Perú salió a la cancha con un 4-3-3 que priorizaba el ataque ante la sorpresa de la prensa que esperaba un Perú más retraído sabiendo que el estratega uruguayo Máspoli tendría propuesto un planteamiento sumamente ofensivo. Tim por su parte supo cómo sacar provecho del privilegiado mediocampo peruano y logró copar toda la zona media teniendo a Velásquez, Cueto y Uribe cómo dueños del juego. Si bien el juego uruguayo nunca se ha caracterizado por el dominio de balón, jugadores como Rubén Paz y Waldemar Victorino reflejaban la conocida “garra charrúa”, un equipo con poco juego pero muy aguerrido.
Desde la primera jugada del partido Perú se mostró dispuesto a proponer, actitud que nos suele hacer falta en estos últimos años. Pocas veces se ha visto a Perú salir de tal forma en un duelo de visitante. Tras ser superior durante gran parte del partido, a los 40’ del primer tiempo, Chumpitaz ejecuta un saque de meta que cae en los pies de Uribe. A base de regates y cambio de ritmo deja sin opciones a su marcador Barrios y deja un sublime pase a Oblitas que, en una situación de superioridad peruana en ataque, deja solo a Barbadillo que termina por anotar el primer gol del encuentro.
Para el segundo tiempo la defensa de Perú se hizo más fuerte gracias en parte al compromiso defensivo de Oblitas y Uribe que apoyaron mucho a la marca en bandas. El segundo gol de Perú llega tras una gran salida desde el fondo. Una serie de toques que muestran la gran colectividad del equipo, un plantel que supo cómo unificar las individualidades. Velásquez logra conducir el balón desde la mitad de la cancha hasta situarse cerca al área, una pared con Barbadillo y por el centro entra Julio César Uribe dejando a los uruguayos sin posibilidad alguna con certero zurdazo imposible para el arquero Rodríguez.
Un gol con una gran concepción especialmente por el atrevimiento del “patrón” Velásquez. Uribe, sin duda, el mejor peruano del momento sellaba lo que venía siendo el dominio bicolor. El jugador de Cristal, era quizá, el más talentoso jugador de aquel once y para ese entonces, nombrado por la FIFA como el tercer mejor sudamericano del año. Su picardía y su dotada gambeta eran fundamentales para el juego de esta selección.
A pesar de estar arriba por dos goles, la selección peruana no bajó el ritmo y siguió con el mismo juego los cuarenta minutos que restaban. Al minuto 67’ como para darle un poco más de nerviosismo al encuentro, el delantero Victorino controla el balón con la mano y vence a Quiroga para anotar el descuento. Pese a eso, Tim logró mantener el resultado positivo y llevarse la victoria.
Perú vencía por primera vez a Uruguay en el Centenario, la banca de suplentes celebraba la victoria, el civilizado público charrúa aplaudía el espectáculo y desde cada hogar en el territorio nacional se iniciaba una fiesta que llegaría a su punto máximo de jolgorio el 6 de septiembre cuando tras igualar con los orientales en el Estadio Nacional se sellaba nuestra cuarta clasificación a la Copa del Mundo.
Ese partido ante Uruguay marca un hito importante en la trémula historia de nuestro fútbol. Es, sin miedo a equivocarme, el mejor espectáculo que la selección haya podido dar jugando de visitante. Una selección que si no fuera por algunas decisiones tomadas en el camino a España, tranquilamente pudo llegar a mucho más.
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