El ocaso de los sueños
- La Voz del Lobo
- 28 oct 2019
- 5 Min. de lectura
Autor: Gianluca Fiorini
“¿Qué es la vida? Un frenesí,
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción;
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.”
-Pedro Calderón de la Barca
El APRA ha muerto, de eso no hay duda. Y no murió de un balazo en la cabeza, sino en la cama de un moribundo. Si los dramas son tristes en los escenarios imaginemos tan solo lo crudos que son en la vida real, en la historia, en el curso político de un país que es barca sin capitán en medio de tormenta. El Perú es un país de dramas, de historias, de héroes y villanos, de romance e ideas, de ideales rotos y de entre ellos surge la historia de un partido que brilló de esperanza en sus tiempos pero que cayó en saco roto y del cual, hoy en día, no queda más que una máscara ajena a sus principios iniciales.
La Alianza Popular Revolucionaria Americana fue fundada el 7 de mayo de 1924 por Víctor Raúl Haya de la Torre, cuando este se hallaba exiliado en México. La rama de este partido internacional que opera en el Perú hasta nuestros días es el Partido Aprista Peruano (PAP), el cual posee incluso representación en la vigente comisión permanente del parlamento. Este partido empezó como un conjunto de ideas, entre ellas la internacionalización entre los países latinos y la integración de las poblaciones excluidas: sueños en medio de un mundo adverso. Estas ideas tuvieron gran éxito entre los jóvenes peruanos de aquellos años. Corría la década del treinta y el país estaba sumido en una dictadura fascista, totalitaria y represiva. El gobierno de Luis Miguel Sánchez Cerro fue un intento terrorífico de imitar a las dictaduras fascistas europeas y frente a esto el PAP fue uno de los bastiones de defensa más fuertes que se encontró el militar en su camino. El 9 de julio de 1932 los cazas de la fuerza aérea bombardearon la ciudad de Trujillo en el departamento de La Libertad. Unos días antes, la muchedumbre armada tomó la ciudad y se enfrentó abiertamente a las fuerzas militares y policiales guiados por los pensamientos de Víctor Raúl, quien por ese entonces se encontraba preso por sus ideales contrarios al régimen. Es innegable, por actos como estos, la intención y el éxito del partido al producir movimientos sociales de tan gran escala, impulsados por ideales a los que quizá algunos puedan oponerse, pero nadie podría negar el alto calibre político con el que contaba el APRA por esos tiempos.
Luego vinieron épocas complicadas. El partido dejó las actividades abiertamente subversivas para actuar dentro de un marco político en la frágil democracia que se estaba gestando. No faltaron épocas de proscripción, de persecuciones políticas ni de exilios, pero no se volvieron a tomar las armas de manera expresa, como marcaba la tendencia por aquellos años. Tras el golpe de estado del sesenta y ocho vino el del setenta y cinco, y con este un claro intento de retornar a la democracia. Para ese entonces Haya de la Torre había intentado varias veces llegar a la presidencia de la república, todas ellas sin éxito. Sin embargo al ser convocada una asamblea constituyente en el setenta y ocho, y al ser elegido presidente de esta el señor Haya de la Torre, el APRA entra a la que, según yo, es la etapa más bella de su historia. El hecho de conducir el retorno a la democracia, creando una constitución innovadora y honesta, representa un paso firme en el progreso del Perú que fue dirigido por el PAP. Fue, a pesar de todo, el último gran gesto que tuvo aquel partido en la historia de nuestra república.
Alan García no fue un líder digno del partido, no por como comenzó, sino por cómo terminó. Creo que no se puede dividir el análisis de un personaje (mucho menos uno político) en dos: uno empieza como acaba: hasta el último suspiro de vida puede manchar el comienzo si es que este es indigno. El suicidio de Alan fue, en mi opinión, tan solo un último gesto de magnanimidad política en medio del descubrimiento de innumerables casos de corrupción que causan su inmediata desaprobación; esto incluso sin tener en cuenta los desastres económicos de su primer gobierno y los muchos casos de violaciones a los derechos humanos llevados a cabo durante este plazo. ¿Quienes le quedan al PAP? Jorge del Castillo y Mauricio Mulder, por dar un ejemplo, son férreos defensores de un congreso incompetente y obstruccionista, ¿cuáles serán sus motivos para adoptar esta postura? Seguramente con algo de investigación saldrían a la luz una infinidad de casos que también nos harían descartarlos como políticos competentes. De este modo se ve como el APRA y sus miembros forman parte ahora del cáncer de corrupción e incompetencia que invade nuestra clase gobernante en vez de ser, como lo fue en sus inicios, una alternativa diferente para hacer política.
Lo que inicia como un sueño termina como una pesadilla. No hay discurso que maquille el daño irreparable, aquella herida sangrante que lleva el APRA sobre su lomo ya cansado. La juventud peruana necesitaba algo que la impulsara a soñar y frente a esta necesidad el partido que alguna vez dirigió el gran Víctor Raúl se posicionaba como una buena opción. Sin embargo, ¿con qué soñarán los jóvenes ahora? ¿En qué verán reflejados sus ideales, sus inquietudes? ¿A quién seguirán a la hora de marchar? Cada vez son menos las personas en el Perú que nos permiten soñar con un cambio: el APRA es ejemplo de esto. En este caso no se trata solo de una persona, sino de un partido político, pero con el cual no podemos soñar ya, pues vemos como se ha tornado oscuro, ha caído en lo ordinario y mundano, vemos como el APRA vendió sus ideales a la fuerza del dinero, a lo cual se oponía inicialmente. ¿Qué será del mundo después de los sueños? ¿Qué sería de la vida si los sueños fueran tan poco duraderos como lo fue el Partido Aprista Peruano? Es la vida y obra de Víctor Raúl Haya de la Torre lo que más se rescata de aquel sueño aprista, aquel que como tal ya no tiene vida. Es por ello que el APRA es perfecto ejemplo de los sueños que mueren en la vida, las pasiones que se venden, las banderas que se rinden. El Perú necesita ejemplos, el peruano necesita poder soñar con un futuro mejor, pero por la historia de partidos como este, ese sueño parece no dejar de ser lo que es. El APRA pasó como sueño por la vida de los ideales políticos peruanos pero, al fin y al cabo, “la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
Comments