Autor: Gianluca Fiorini
En una calle vacía pasean dos jóvenes alcoholizados saliendo de una fiesta pasada
la medianoche. Quieren salir a fumar o quizá solo estén regresando a sus casas.
Uno saca su celular para llamar a no sabe quién por no sabe qué razón. De la
esquina de la cuadra vislumbra la aparición con violencia y de forma intempestiva a
una motocicleta con dos personas: una baja rápidamente del vehículo mientras que
la otra hace guardia mientras mantiene prendido el motor. El que bajó saca de la
parte trasera de su pantalón una pistola, la rastrilla (el metal suena en el silencio de
la noche) y encañona a los dos jóvenes, quienes le entregan sus dos celulares. A la
mañana siguiente uno de ellos bajará de su cuarto a tomar desayuno con su familia
y les contará lo ocurrido, el padre solo atinará a decir “Putamadre, cholosdemierda”
y el hijo responderá “Sí, cholosdemierda”.
“¿Soy yo el único criminal cuando la humanidad entera pecó contra mí?” se
pregunta el monstruo ante el cadáver de su creador, el doctor Viktor Frankenstein,
cuando el capitán Robert Walton le increpa el hecho de haberse atrevido a llegar
hasta allí. Aquel engendro era, a simple vista, un monstruo: había asesinado, había
hecho que condenen a muerte a inocentes, le había arruinado la vida muchos otros,
sin mencionar que era estéticamente aborrecible. Sin embargo, aquella criatura no
actuó así en un inicio, su naturaleza era buena y dada a la virtud: con el deseo de
interactuar, ayudar y aprender. Son los humanos quienes lo excluyen y lo condenan
a la eterna persecución; es en base a estas acciones que el monstruo se vuelve
peligroso.
Está mal asesinar a un niño, está mal permitir que condenen a muerte a un
inocente, está mal empeñarse en que un ser humano sea desdichado; todo esto es
tan cierto como que está mal robar, sin embargo, como en el caso de la criatura de
Shelley, hay que ver más allá. La reacción del padre ante la comunicación del hijo,
así como la posterior respuesta de este, no son un caso aislado ni producto de un
arranque de brutalidad severa e individual; son, por el contrario, fruto de la
maquinación histórica del pensamiento peruano (y latinoamericano) de atribuir los
males de la sociedad a los menos europeos, en lo que refiere tanto a cultura como a
fenotipos.
Desde la llegada de los europeos al continente ha tenido lugar una segregación
racial que persiste hasta nuestros días, no es coincidencia que quienes tienen
mayor poder económico, y que tuvieron por mucho tiempo el político, sean personas
de fenotipos blancos. Si bien ahora los pueblos indígenas ya nos son llevados a
reducciones aisladas ni tratados como esclavos, sigue existiendo una brecha
enorme en casi todos los aspectos de la existencia.
Las culturas precolombinas se caracterizan por haber sido altamente desarrolladas
en muchos aspectos, sin embargo fue la llegada de los europeos la que los llevó a
la situación en la que están sumidos ahora. La suya es una historia de explotación y
de discriminación, al igual que la de la criatura creada por Frankenstein: un inicio
prometedor, el deseo de acercarse al otro; pero que deviene en agresividad por
parte de este otro.
Hoy en día se levantan muchas críticas en contra de la informalidad, de la
delincuencia, del desorden, las criolladas, etc. que, según algunos, son producidas
de forma exclusiva por aquellos cholos a los que se refieren el papá y el hijo. No
pretendo defender la delincuencia, ni la informalidad, ni el desorden, ni nada por el
estilo. La delincuencia debe ser perseguida; la informalidad, formalizada; el
desorden, ordenado; pero hay que tener cuidado a la hora de culpar de estos males
a ciertas personas. Al igual que la criatura creada en un laboratorio que se convierte
en asesino, un delincuente común podría hacerse su misma pregunta: “¿Soy yo el
único criminal cuando la humanidad entera pecó contra mí?” Cuando la humanidad
entera me encerró, me discriminó, me usó, me atacó, me insultó, pensó mal de mí;
cuando todo lo humano ha fallado en contra mía y no me he podido dar el lujo de ir
a un colegio cuando joven, de crecer en un ambiente amigable, de jugar como
todos, de jugar con todos, etc. ¿Quiénes son los monstruos? ¿Cuándo somos, o
hemos sido, monstruos nosotros mismos en algún momentos? ¿Cuáles son
nuestras actitudes monstruosas?
Antes de juzgar es necesario pensar en todos estos factores. No existen monstruos,
existen circunstancias en las cuales los seres humanos decidimos comportarnos
como tales. No hay, por tanto, ninguna criatura a la cual perseguir con antorchas y
con trinches, con patrullas ni balazos: lo que hay son puentes que tender. Como dije
en un principio, en nuestra sociedad se nos ha programado, consciente e
inconscientemente, para creer que el otro es una amenaza y que de esta forma nos
mantengamos alejados.
Vivimos en una sociedad resquebrajada, como viejos hermanos que se pelearon en
el pasado y que hasta el día de hoy no pueden verse. Veamos nuestras fallas a lo
largo de la historia, lo cual es un acto de conciencia que traerá justicia; contrario a
los ajusticiamientos masivos a los que se ha aspirado por años y que no ha llevado
a nada. Empecemos a cambiar, destruyamos las falsas imágenes que hemos
construido en base a estereotipos. Caminemos juntos, tal vez, por primera vez en la
historia.
Bravo Gianluca. Tú CAMBIAS El mundo. Ya lo haces.