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Foto del escritorLa Voz del Lobo

Carta abierta a un alumno jesuita

Autor: Paulo Lacherre

 

El editor de este pequeño pero sincero periodico ha tenido el atrevimiento de invitarme a redactar un artículo. Con similar desmesura, procuraré contar, desde mi experiencia, lo que es ser un exalumno jesuita una vez terminado el colegio.


La vida nos otorga la posibilidad de atravesarla con reducidas certezas. Una de ellas es lo mucho o poco que recordamos de nuestros años de aprendizaje. Por ello, eso convierte a la experiencia de pasar por el Colegio de la Inmaculada, en una de las pocas armas que tú, alumno y alumna jesuita, tendrás para enfrentar una sociedad hostil e injusta: esa que el colegio genuinamente intenta mostrarte pero que no conocerás hasta que esta te golpee, como en algún desafortunado recreo, con algún pelotazo de quienes juegan a tu costado.


Primer año de universidad, cachimbo y muchos amigos. Ganas de llevar estampado un sello en la frente que sirva de anuncio para que todos sepan de qué colegio soy y la ilusionante esperanza de hacer del mundo un lugar mejor. Eso que, seguramente, hoy que lees estas líneas, has escuchado más de una vez en los pasillos de nuestro colegio. Primeras semanas. Cursos sencillos y que se pasan sin mayor esfuerzo. Aprobados con relativo éxito los exámenes parciales, la única preocupación restante es coordinar en qué casa me juntaré con mis amigos para ir a la fiesta cuya costosa entrada me arrepentiré de haber pagado días después. Las clases continuaron sin mayores sorpresas hasta que semanas después me enteré de un desagradable e indignante hecho: una estudiante, compañera de clase de un amigo, es acosada repetidas veces por un profesor. Y no cualquiera. Según pude conocer, este profesor era de los más queridos de los estudios generales, tanto por su larga trayectoria en la universidad como por su trato cercano con los alumnos. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue aconsejarle que lo denuncie y convencerla de que un docente que abusa de sus estudiantes no puede seguir trabajando en esta ni en otra universidad. No obstante, y lamentablemente como a veces sucede en casos de abuso, la estudiante afectada se negaba a denunciar este hecho por miedo a que el profesor pueda atentar contra ella de alguna forma. Sin embargo, es importante recordar que el acoso se denuncia y que el acosador tiene que asumir la responsabilidad y afrontar las consecuencias. Por ello, junto a un amigo decidimos denunciarlo ante la autoridades correspondientes. Tras corroborar las acusaciones junto a la alumna y el profesor, este fue retirado de la casa de estudios.


Como anticipé al inicio, la única pretensión que me motiva a escribir esto es poder ejemplificar eso que siempre nos preguntamos cuando estamos en el colegio: ¿cómo pongo en práctica todo lo que me han enseñado? La educación que recibimos en nuestro colegio nos transmite la capacidad de indignarnos ante las injusticias, de buscar y siempre intentar construir una sociedad más justa. La sociedad que nos toca enfrentar al salir del colegio está llena no solo de profesores acosadores, sino también de otras situaciones que plagan nuestra cotidianidad. Intervenir en ella, es lograr materializar lo que nuestros profesores, como anticipando lo que vendrá, nos repiten cada vez que pueden: seamos contemplativos en la acción.


Nos toca, como alumnos jesuitas, corresponder a la invitación de actuar y que, por la educación que hemos recibido, levantar la voz se convierte en el imperativo moral que nos acompaña al salir del colegio. Marina Keegan, escritora estadounidense, escribió, con pocos años más de los que tienes tú en este momento, lo siguiente: “somos tan jóvenes, no podemos, no debemos perder la ilusión de que todo es posible porque, en el fondo, es lo único que tenemos”. Por ello, cuando salgas del colegio y te enfrentes al partido de la vida, ten presente esa idea como máxima. Un mundo es realmente posible. Y si en algún momento pierdes ese impulso recuerda que siempre podrás abrir tu cajón y mirar el buzo color azul de rayas celestes que tienes guardado allí. Ese que, quizás, llevas puesto mientras termina este relato.





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