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Columna Histórica XXIV - El Combate de Angamos (8 de octubre de 1879)

Autor: Pietro La Torre Zambrano

 

I. Introducción

Tras la declaratoria de guerra de Chile a Perú y Bolivia, las primeras acciones bélicas se llevaron a cabo en el mar. El 21 de mayo de 1879 acaeció el Combate de Iquique, cuyo resultado dejó mucho que desear a la Marina peruana al perder su mejor navío, la fragata Independencia, luego de encallar en una roca submarina no registrada mientras perseguía a la Covadonga frente a las costas de Punta Gruesa.

Desde los inicios del conflicto, la superioridad naval chilena frente a la escuadra peruana era notoria. Según el historiador chileno Antonio Encina, la proporción era de cuatro a uno. Y, al decir de Percy Cayo, al perder dramáticamente el Perú a la Independencia, la relación pasó a ser de diez a uno. El Perú se encontraba en una situación verdaderamente complicada, mas la notable habilidad de Miguel Grau Seminario permitió que mantuviese una importante presencia en el Pacífico.

Percy Cayo aseveró que, a partir de la pérdida de la Independencia, “Ya no cabía duda de cuál sería la suerte final de aquella campaña; lo que nadie imaginó sería su prolongación en el tiempo, gracias a la portentosa calidad marinera que pudo lucir don Miguel Grau”. Y esta afirmación se sostiene con los acontecimientos victoriosos para el Perú posteriores a los hechos de Iquique y previos a los de Angamos.


II. Antecedentes

El Perú, no obstante la victoria pírrica en Iquique, mantuvo la iniciativa en el océano. Así, logró capturar a los navíos mercantes chilenos Adelaida Rojas y Saucy Jack que enarbolaban ilegalmente la bandera de Nicaragua, y también a la Adriana Lucía el 22 de julio. Pero la proeza más significativa fue la captura del vapor Rímac, el día 23 de julio, mientras se encontraba navegando rumbo a Antofagasta.

La corbeta peruana Unión, tras avisar aquella embarcación, inició la persecución. Luego de varias horas de seguimiento, apareció por el horizonte el monitor Huáscar, consumándose así el acosamiento del Rímac. La nave hostigada recibió múltiples disparos y, finalmente, optó por izar bandera blanca y detener su máquina. Como señaló Jorge Basadre, “La llegada del Huáscar fue, pues, la señal para que esta operación naval tuviera un resultado feliz”. De este triunfo, los peruanos obtuvieron “215 caballos, pertrechos, carbón y gran cantidad de aprestos bélicos y víveres” (Basadre, 1983, p. 61).

Ciertamente, la toma del Rímac fue un duro golpe para la arrogancia chilena. Ante esto, en Santiago, la población apedreó al ministro de Guerra e insultó al Presidente; ergo, el impopular ministro dimitió y, junto con él, muchos otros altos funcionarios, entre los cuales se encontraban Juan Williams Rebolledo, el comandante de la Escuadra chilena, y el comandante del Cochrane Roberto Simpson (Basadre, 1983).

Asimismo, la Unión fue la protagonista de otra hazaña memorable. Cuando se obtuvo noticias de que llegarían importantes cargamentos procedentes de Gran Bretaña con rifles, cañones y pertrechos de guerra para el ejército chileno, la Unión partió al Estrecho de Magallanes -por donde el paso era obligatorio para llegar al Pacífico- a fin de interceptarlas. Sin embargo, al llegar a Punta Arenas el comandante García y García recibió noticias de que la nave buscada ya había partido al norte. La Unión, entonces, emprendió retorno por todo el litoral chileno hasta Arica, burlando el asedio de la flota enemiga a pesar de usar velas debido a la falta de carbón. El periplo de ida y vuelta sin mayores problemas de la Unión al Estrecho de Magallanes reveló que la Marina peruana, aunque con un poder muy precario, significaba un peligro en el Pacífico (Cayo, 2004).


III. El Combate de Angamos

Empero, a pesar de estos triunfos, no era realista pensar que el Perú vencería en el mar. La armada chilena contaba con seis modernos e imponentes buques, mientras que el Perú sólo tenía al monitor Huáscar y la corbeta Unión. El día 30 de septiembre, el Huáscar emprendió la que sería su última incursión. Las circunstancias del bravo monitor no eran las mejores; hacían falta algunas reparaciones y, asimismo, los tripulantes se encontraban impagos desde hacía cuatro meses. Y, del lado chileno, había una fuerte presión por parte del ministro de Guerra y la prensa para culminar con aquella nave cuya actuación resultaba inconcebible ante la enorme superioridad de Chile.

Al día siguiente de zarpar el Huáscar, la Escuadra chilena se dividió en dos: por un lado estaban las naves más pesadas (Covadonga, Blanco Encalada y Matías Cousiño); y por el otro, las más ligeras (Cochrane, Loa y O’Higgins). Los chilenos, al arribar a Arica el 4 de octubre, se enteraron de que el Huáscar y la Unión habían partido rumbo al sur. Entonces, inmediatamente se dirigieron a atacarlos cumpliendo la estrategia que los altos funcionarios junto con el Presidente Aníbal Pinto habían determinado: los pesados recorrerían la costa inspeccionando las caletas, y los ligeros irían a 20 millas de la costa (Cayo, 2004).

El 8 de octubre, muy temprano, el Huáscar, luego de recorrer la bahía de Antofagasta y una vez reunido con la Unión, emprendió viaje al norte. En esos momentos, el Huáscar avisó a lo lejos tres humos que, sin dudas, eran las naves enemigas, eran la Covadonga, el Blanco Encalada y el Matías Cousiño. Entonces, el Huáscar realizó la maniobra que, hasta aquel momento, le había dado tan buenos resultados: dirigirse hacia el oeste y, luego, hacia el norte burlando al enemigo. La estrategia parecía haber dado los frutos esperados nuevamente, mas a las 7 y 15 de la mañana nuevamente el Huáscar logró percibir otros tres humos, eran el Cochrane, el Loa y el O’Higgins. El Huáscar estaba acorralado. Tan desigual combate tendría un desenlace fatídico para el Perú.

A las 7 y 45, Grau mandó a forzar las máquinas para evitar que el Cochrane, el Loa y el O’Higgins lo intercepten, mas a las 9 y 20, el Huáscar se encontraba acorralado por todos los flancos, y optó por bombardear al Cochrane; sin embargo, no logró producirle menores daños debido a su grueso blindaje. El combate había iniciado frente a las costas de Punta Angamos, en el litoral boliviano.

En respuesta, el Cochrane abrió fuego contra el Huáscar y le ocasionó múltiples daños, quedando inutilizado el timón de combate y muriendo gloriosamente en el acto el Almirante Grau. El propio Grau, conocedor de la superioridad de la armada chilena, escribió: “A pesar de todo, si llegase el caso, el Huáscar cumplirá con su deber aun cuando tenga la seguridad de su sacrificio”. Aquel 8 de octubre, don Miguel Grau ofrendó su vida en la defensa de nuestra Patria.


IV. Fin del Combate

Tras la muerte de Grau, el capitán de corbeta Elías Aguirre asumió el mando en circunstancias absolutamente adversas. La capacidad de fuego era nimia y el blindaje de las naves chilenas era de 9 pulgadas. Uno a uno se sucedieron los jefes del Huáscar, hasta llegar al teniente primero Pedro Garezón, quien, ante este desolador panorama, ordenó abrir las válvulas y hundir el monitor a fin de que no cayese en manos del enemigo. La rendición no era una opción. La Bandera peruana nunca cayó en manos de los chilenos. Pese a ello, asaltada la nave, fue tomada sin rendición.

Angamos significó el fin de la campaña marítima. En Chile, la victoria en Angamos fue todo un acontecimiento. Los títulos de la prensa de la época eran “El mar está libre”, “El principio del fin”, entre otros. Pero cabe mencionar que en los diarios de Santiago, Miguel Grau fue reconocido como “un hombre de honor”. Percy Cayo escribió que “Desde entonces, don Miguel Grau ha quedado como la víctima más gloriosa de aquella infausta guerra, y sus cualidades de hombre de bien y marino eficiente le han dado, como a ningún otro, la dimensión que trasciende los límites de nuestra América”.


 
 
 

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