Autora: Aitana Bendayán
Son las 6:30am de un lunes.
Suena mi alarma, tengo media hora para alistarme antes de que me recojan. Desayuno, me acicalo, me cambio y veo si no me olvido de nada. Vienen a recogerme. En el camino me pongo a escuchar música, hay demasiada bulla en el fondo. Llego finalmente al colegio. Voy hacia el patio de mayores por el zoocriadero, me tomé un tiempo para apreciarlo, y nunca me había percatado de lo lindo que es ese ambiente. Llego al patio y lo veo alegre, con paneles decorados y todos conversando alrededor de ellos. Me voy a mi salón, el último en el cual estaré. Dejo mis cosas y vuelvo a salir al patio. Busco a mis amigos y en grupo comentamos las actividades que vamos a hacer por la fecha.
Fuimos a una breve ceremonia para iniciar la fecha histórica. Luego, en todas las clases de la mañana hubieron trabajos grupales. Estábamos unidos después de tanto tiempo, se sentía raro pero a la vez fueron momentos emotivos. Pasó el tiempo y tocaba la hora del recreo, se daría la esperada Copa Inmaculada. Todos decidieron bajar, era sorprendente la cantidad de personas que estaban viendo los partidos desde el patio de medianos o en las mismas canchas. Fui al kiosko, vi a Mario con otros chicos y compré lo que iba a comer. Mientras regresaba a donde se estaba realizando la actividad, dudé. No sabía si ir al patio de medianos y ver desde arriba o quedarme en las canchas. Como vi a algunos amigos en la cancha, fui donde ellos. En el camino me distraigo, escucho que alguien me grita: ¡cuidado!. Siento un fuerte impacto en mi cabeza y todo se pone negro.
Me levanto asustada.
Estaba en mi cuarto y mi mamá estaba a mi costado. Me dice que tengo 10 minutos para alistarme y conectarme a mis clases. ¿Conectarme? Pues sí, el retorno había sido un sueño. Los sentimientos positivos que había sentido fueron efímeros. Me encontraba decepcionada, buscando alguna explicación al porqué pensaba que este sensible sueño era una realidad. Luego de una larga y profunda reflexión, concluyo que es ese sentimiento inmaculado el que me permite soñar. Ese que no encuentras en tus amigos de otros colegios, y que únicamente surge cuando te encuentras con alguien de nuestra comunidad. El que te permite ser crítico y resiliente ante un contexto desolador en donde reina la incertidumbre. El que te diferencia de los demás en situaciones difíciles. El que te permite escuchar, ser consciente y accionar por el bien común.
Tenemos varios años de historia, reconocidos no sólo por nosotros sino por todos. Por donde pasamos dejamos huella. Sin duda, el ser parte de la orden jesuita es un lujo, y algo de lo cual debemos sentirnos orgullosos y bendecidos. Que estos tiempos no nos desanimen, sino que nos hagan sacar lo mejor de nosotros. Sabemos las grandes cosas que podemos lograr cuando nos comprometemos a ellas. Vivamos esta fecha y las demás en un ambiente ameno, del cual sólo nosotros somos los responsables de crear. Valoremos cada instante de nuestras vidas, sea cual sea la situación que nos toque vivir. Mientras haya vida, hay sueños y algo por qué luchar.
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