Autor: Pietro La Torre
I. Introducción.
Tras la caída del Tahuantinsuyo, y por Real Cédula del rey Carlos I de España, se fundó el Virreinato del Perú en 1542. Al principio, este abarcaba casi todo el territorio sudamericano, a excepción de los dominios portugueses (delimitados por el Tratado de Tordesillas en 1494) y de las regiones amazónicas no exploradas. La Iglesia Católica tuvo una gran influencia en las llamadas indias occidentales desde la conquista; una vez sentadas las bases de la dominación española, se inició la ardua tarea de la evangelización.
Así llegaron distintas órdenes religiosas a América, quienes, en su tarea de suprimir las ideologías nativas, aprendieron los idiomas de los lugareños a fin de poder transmitirles la religión cristiana. De igual forma, la educación en el Virreinato estuvo a cargo de la Iglesia; existían los llamados colegios menores, y también los colegios máximos, en los que se dictaba la educación secundaria. La educación era muy clasista en el Virreinato, ya que mientras los hijos de españoles y los descendientes de la aristocracia inca contaban con una educación completa, los indígenas recibían tan sólo los conocimientos básicos.
II. Los Jesuitas en el Perú.
Los primeros miembros de la Compañía de Jesús, fundada en 1534 por San Ignacio de Loyola, arribaron a costas peruanas el 28 de marzo de 1568. Eran seis jesuitas. Se enviaron dos por cada una de las provincias españolas; sin embargo, uno de ellos enfermó en la travesía, y se quedó en Panamá junto con otro más que lo ayudaría. Posteriormente, el 8 de noviembre de 1569 llegaron al Callao veinte jesuitas más, provenientes de Castilla, Andalucía y Toledo. El número de jesuitas al finalizar el siglo XVI era de 279, disponiendo de trece espacios de misión.
El apogeo de los jesuitas en el Perú ocurrió entre los siglos XVII y XVIII. Durante este período, ganaron experiencia y conocimientos del Perú y de su población aborigen, y se encontraba en plena tarea de evangelización, contando con un gran número de misiones alrededor de toda la América hispana. Asimismo, los colegios fueron un elemento característico de los jesuitas en las indias occidentales al igual que en Europa, donde había más de 441 para el año 1626. De los colegios jesuitas en la Lima colonial, podemos destacar dos: el Colegio Real y Mayor de San Martín, y el Colegio Máximo de San Pablo.
III. Colegios Jesuitas en Lima.
El Colegio Máximo de San Pablo fue fundado en 1568. Todos sus profesores eran jesuitas, entre ellos se encontraba Don José de Acosta, quien sobresalió en su labor de evangelizar a los aborígenes de la amazonía. Su biblioteca fue la más importante de América: contaba con 43 000 libros. Asimismo, tenía una farmacia muy reconocida, convirtiéndose en la principal del Virreinato del Perú. Un dato muy importante es que la actual Iglesia de San Pedro era el Templo del colegio, que, en un principio, llevó el nombre de San Pablo.
Por su parte, el Colegio Real y Mayor de San Martín fue fundado en 1582. Se le nombró así en honor al entonces Virrey del Perú, Don Martín Enríquez de Almansa, quien apoyó su creación. Educaba a jóvenes entre 12 y 24 años en letras. Los alumnos permanecían en el colegio por cuatro años o más. Para poder ser admitido en el colegio era necesario ser hijo legítimo, saber leer y escribir, y, además, tener habilidad para las letras. Una vez dentro, los alumnos estaban obligados a rezar el Santo Rosario todos los días. De este prestigioso colegio egresaron grandes personalidades con cargos importantes dentro del Virreinato.
IV. Conclusión.
Los jesuitas tuvieron una importante labor dentro del Virreinato del Perú; tanto en sus misiones, en las que cumplía la tarea de evangelizar; como en la Ciudad de los Reyes, donde instaló varios colegios que proporcionaron una educación y formación impecable. La educación jesuita fue muy reconocida en Europa, y posteriormente en las indias, desde que se fundó el primer colegio propiamente jesuita en Mesina (ciudad ubicada al noreste de Sicilia, en Italia) en 1548.
En la actualidad, los jesuitas continúan otorgando una educación estupenda a sus alumnos, en la cual no sólo es importante la formación académica, sino también la espiritual, inculcando siempre valores ignacianos, y enseñańdoles a ser “hombres y mujeres para los demás” y a dar todo lo mejor de sí “a mayor Gloria de Dios”.
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