Autora: Mariana Soriano
El 2020 llegó con una devastadora sorpresa: el SARS-cov2 mejor conocido como coronavirus. Este pequeño virus ha cobrado, a la fecha, 772 000 vidas en todo el mundo, número que seguirá creciendo. Esta nueva realidad de confinamiento que estamos viviendo, seguirá prolongandose, y probablemente cuando el confinamiento acabe, no regresaremos a la forma de vida que teníamos antes. ¿Trágico? Lo dudo.
Esta nueva forma de vivir el día día, nos puede ayudar a estar más presentes, a darnos cuenta de todo aquello que nos rodea. En lo personal, antes del inicio de la cuarentena, no notaba el trinar de las aves al amanecer, estaba muy apurada para hacerlo, debía bañarme, cambiarme, desayunar, bajar al perro, revisar que todas mis tareas estuvieran completas y bajar corriendo las escaleras para que la movilidad no me dejara.
Estar confinados nos ha permitido a muchos, a levantar la cabeza y ver más allá de la pequeña burbuja en la que estábamos encerrados, nos ha mostrado a compadecernos del sufrimiento de los demás y a acompañarlos en estos tiempos difíciles. Esta nueva conexión con nuestro entorno nos une más a Dios, ya que él está en todo lo que nos rodea y también está en nosotros mismos.
Hoy día, a pesar de la difícil situación en la que nos encontramos, debemos buscar la forma de proteger nuestro planeta, ayudar y compadecernos de los que sufren, y buscar un tiempo para hacer una introspección que nos ayude a encontrar a Dios en nosotros y a conocernos mejor. Este tiempo, nos debe ayudar, a estar Enredados con Cristo para poder construir un mundo mejor y lograr sobreponernos a las adversidades que se ponen en nuestro camino.
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